Advertencia

Yo valoro el humor. Por eso me da pena no ser gracioso. Creo que es mal karma; en mi otra vida debí hacer algo muy malo, y ahora mi castigo consiste en no poder contar un buen chiste. Encima, tengo cara de amargado; la gente se asusta cuando río, y eso es deplorable. Estoy condenado a llevar a cuestas mi pinta de tipo serio y metódico, y si eso no me autoriza a fruncir el ceño y enfadarme, nada lo hace. Tengo mala suerte, y lo peor es que ni siquiera eso resulta risible.
Así que me resigné y me dediqué a reunir un montón de historias tristes. Escribí unas pocas en mi departamentucho del 3°11, en las peores épocas, pero no las incluyo en este libro: van a ver la luz en otro momento. A las que comparto ahora las encontré en el altillo de mi edificio, donde solía vivir un vecino loco que se murió y descubrimos por la peste a los diez días; estaban escritas en los márgenes de unos libros que nadie quería. Sé que al decir esto alguien se va a escandalizar de que los publique a mi nombre. En parte, ese alguien tiene razón: procuré respetar hasta el hartazgo las creaciones del señor del altillo, fielmente, y no hay ningún texto que pueda atribuírseme por entero, ninguna palabra que haya salido, desnuda de cualquier otro padre o madre, de mis manos. En todas está él de por medio, él, que completamente enajenado las desperdigaba por su cuarto. Pero lo cierto es que algunos de esos textos que yo encontré y transcribí estaban pésimamente escritos, fragmentados, esparcidos por páginas inciertas, salteadas o carcomidas por las ratas; tuve que corregirlos y hasta rescribirlos, en su mayoría. No sé en qué medida eso no los hace míos. Además, les di orden, dentro de lo posible; después les puse título e imprimí las copias. El libro, por ende, lo armé yo. El material... y bueno, tampoco sé si el loco era verdaderamente el autor verdadero; yo ya conocía muchas de estas cosas.
Recién hablé de orden. Tengo que rectificarme: mejor digo que los acomodé. Podría haber armado una historia detrás de las historias, creado un marco, incluido una reduplicación de lo que estaba contando o justificado de cualquier forma la arbitrariedad de lo que había incluido, pero no lo hice. Me gustaría decir que fue para respetar al menos de esa forma lo que dejó el loco del altillo, pero no sería honesto, y un escritor tiene que ser honesto. Fue por pereza. Así que simplemente acomodé los textos de acuerdo a la hora en la que cada acción contada acontecía. No hay más ciencia detrás de eso.
El lector atento sabrá darse cuenta de que no hay nada de lo que darse cuenta, eso era lo que quería advertir. No hay mucha coherencia formal entre textos y el narrador de uno no es necesariamente el narrador del otro, pero en general el loco escribía siempre sobre los mismos temas o sobre él, en tercera o primera persona, hasta el punto de resultar repetitivo. De modo que al final, a veces, se emborrona una imagen, una historia. A mí esa ficción no me dice nada nuevo: mi tarea fue una historia triste. Pero a veces veo, cuando leo, cómo se emborrona un esquema, y algo de lo del loco cobra nuevo sentido. Quizás haya otro encerrado en un altillo, acompañado únicamente por ratas e insectos, al que todo esto le diga algo. Yo desisto, pero de todos modos, acá lo dejo. Que el que quiera lo disfrute.

El autor

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