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19 Instantáneas

Patricia, te googleé porque no me acordaba tu nombre. Escribí tu apellido y saltaste, ahí, Patricia, cúmulo de datos biográficos que se supone constituyen tu vida (por qué será que los datos biográficos son siempre tan banales, son siempre lo que menos importa) en una página cualquiera en una esquina cualquiera de ese espacio cualquiera que es Internet. Estaba por cerrar la página, defraudado por no haber encontrado nada interesante, cuando se me ocurrió buscar en la parte de imágenes y justo apareció una foto tuya. No era una foto de documento o de alguna conferencia o evento importante. Un loco te la sacó cuando estabas distraída en una librería leyendo: era de la época de Alfonsín - lo sé porque el año aparecía en una de las esquinas, y vos me contaste que en esa época, como no tenías plata, aprovechabas a leer en El Ateneo- y tenías el pelo más largo de lo que lo tenés ahora, y la piel menos tostada. Usabas zapatillas deportivas y te mordías un labio. Ibas por la mitad de un libro, pero saliste mal, porque no era la típica imagen de persona leyendo un libro: no estabas ni absorta ni tranquila, ni emocionada, ni parecía que te costara o te aburriera el tema. De hecho, tenías un ojo como desviado, y la mano que sostenía el libro estaba en una posición extraña. Si tuviera esa parte de Contrapunto la citaría, porque viene al pelo: vos, que en persona sos tan enérgica y dinámica, saliste como un Everard Webley, como un artefacto derruido y simplón. Cuanto más veo la foto más me extraña: ¿dónde está acá Patricia, en esta mano como garra y la cabeza mal ladeada, en el libro en esa posición precaria, en la mueca que forma su boca y el ojo que apunta al infinito? En Internet (en todos lados) Patricia no será más que eso, un currículum que pocos van a leer y una foto casi graciosa que engaña, que miente, que exhibe la imagen de un ersatz de mujer, de una impostora que no existe más que en la foto de un loco.

19 Un tiempo sin nombre

No existe el tiempo libre, y el ocio siempre fue un negocio (para todos).
- Hola -le grité, pero no me escuchó.
Se dio vuelta porque me sintió al acercarme. Todo parecía ser una prosa muy mala, muy berreta, de movimientos bruscos y dramatoides.
Me apretó el brazo con sus dedos ganzúa, metálicos, duros, demasiado fuertes. Yo los había oído sonar impacientes contra alguna mesa, demasiado fuerte. Mi carne era material maleable, casi inexplicable el hecho de que no se desparramara por el suelo, casi increíble esa contención en un cuerpo semi sólido. ¿Qué barreras había? Yo me sentía agua, estallando entre sus ganzúas y perdiéndome en un charco sobre el suelo. Yo no sentía nada definido, era agua. Pero las barreras, y sus dedos apretándome el brazo.
¿Cómo, un final? Un final es cualquier cosa. El problema no son los finales o los principios, sino la masa, lo que hay en medio. Nudo, desnudo, ese material moldeable, flácido, acuoso. Juntar el agua desde el suelo en una bolsa de plástico. El problema no es el nacimiento y la muerte, sino lo que está en medio. Nos quejamos de nacer y de morir sólo porque nos hace más conscientes de "la vida". Porque nos obliga a inventar excusas (lea, si no lo cree, la frase anterior, que cantada categóricamente, sigue siendo fantoche), a cobrar salarios, a pagar impuestos y encima, a buscar sentidos.
No piense, será feliz.
Otra mentira burda.
Ella me apretó el brazo, dijimos. Usualmente la cosa, para mí, quedaría ahí. Pero no, si no puedo hacer algo bueno, al menos escribo algo malo. Yo le di una trompada, como nunca había hecho en mi vida y como probablemente no voy a hacer. Mis brazos pesadillescamente elásticos apenas le dolieron, pero seguí, hice rewind, puse pause, apreté play. Una y otra vez, le pegué, le pegué, porque nunca le pego a nadie ni en sueños le pegué, y fue casi un loop pero en determinado momento ella se empezó a reír, como en las películas truchas, y yo paré pero no reí, me sentía tremendamente triste e inútil. Y ella no me abrazó, y yo no lloré, nos quedamos ahí hasta que me soltó y se fue, sin explicaciones. Caminó hasta el horizonte y la vi, no había sol en el cielo púrpura ni edificios en el suelo gris, era un gran desierto sin arenas ni árboles, como una ciudad sin edificios ni calles trazadas. La seguí, igual, con el rabo entre las patas, y le ladré. Pero cuando se dio vuelta seguía siendo ella, y yo era yo, era todo tremendamente aburrido e inútil, pero decirlo no tenía sentido. Me miró, ¿se rió?, era la risa, la perseguí con la lengua entre mis dientes, le lamí la cara, porque reía le llené de babas la boca, quería tragar esa risa, ahogarla en gorgoteos en mi garganta de hiena, apretarle el cuello con mis colmillos y desgarrarlo y sentir la sangre chorreante, muy gore, todo muy muy y tan tan, matarla para no tener que necesitarla más, para no seguir persiguiéndola. Sangre, sangre, sangre, pensé, ella lo supo, y siguió riéndose y me agarró con sus dedos ganzúa y un guiñapo, me hizo un bollito y me tiró de este otro lado de la pantalla, para que recordase que estaba sola frente a la computadora y que mi imaginación era una mierda, ni gore ni cul, mierda marrón y dura de perro fifi en una plaza moderna, verde, grande, culta, de zapatillas todas iguales. Una mierda sobre la que ni siquiera vuelan moscas. Entonces sí se rió desde mi adentro, si la había tragado yo ni me había dado cuenta, pero estaba ahí, era yo, era yo y se hizo un bollito y se tiró de este lado de la pantalla y desapareció sin estallido, se abrazó a sí misma hasta que no pudo más y entonces ya no la pude ver, ni sentir, estaba hueco, sonaba el reloj, se me clavaba el arco, era viernes, a la noche, el tiempo había vuelto a tener nombre, y final, finales escribe cualquiera, no se trata siquiera de encontrar palabras bonitas, sólo tiene que sonar a final, no tiene que terminar en ón o í, sino en algo neutro pero eufónico, preferentemente, según lo que te parezca a vos (y lo que te parece corresponde al gusto estándar), entonces elegís la palabra y las inutilidades, las escribís y ya, punto, punto final.

19 mail

Porque entre las hojas escribiéndose, solas,
y la depredación alada y los comentarios esos
cazados al azar, tan lejanos y bizarros
tan alienado el oído que los escucha con extrañeza,
mis manos no dan cabida a tantas cosas
y las oraciones quedan por la mitad:
olvidado el mensaje, desechado el papel
una, otra vez,
cantando una mujer, una urraca, un mirlo, una voz embotellada y tecleando yo,
súbitamente acallada esa felicidad rabiosa bajo una lámpara caliente,
desarmado el camino hacia el final
mientras un gato montés se pasea en mi cabeza
arañando los alrededores en punzadas de algo que se atreverían a llamar dolor:
las contradicciones aunadas tan exquisitamente en un mismo espacio,
el mundo resumido en un rincón infinito, colindante,
(no hay islas, hay mundos)
un clímax de punzadas en tercera persona,
una tercera persona mirando a las hojas escribirse, solas.

19 Martín

Las gotas cayeron marrones, pesadas, mojaron todo, y luego, cuando terminaron las exclamaciones y los golpes de cacerolas, empezaron a repiquetear contra el trasto abollado e inútil.
La casa se volvió fría, como el tiempo largo cual tortura china, tiempo paciente y burlón. En ese momento no pensé nada. Sequé la cocina, acomodé las cacerolas, busqué un buzo viejo y gigante y me senté frente a la computadora para perderme en el primer juego idiota que encontrara en internet. Recién cuando me aburrí de jugar bajé para conseguir un algo de comida y me senté a hacer nada, un alfajor de maicena en una mano (aunque no me gusta la maicena) y la mejilla en la otra. Tuve sed en la boca arenosa, y sueño, y delante el resplandor eterno de la computadora zumbante como el silencio de las pisadas en un desierto.
Pensé: nos horrorizamos ante la crueldad de ese mecanismo interno que nos hace ver espejismos en el paraje más árido o la ruta más ardiente, y un resorte que saltó irrelevante me contestó:
- Bah, qué va a ser cruel. Es una maravilla. Lo jodido es cuando no ves nada.
Claro que el resorte no articuló las cosas así: fue más bien una sensación de contrariedad y una idea completamente distinta a la anterior que surgió casi sin palabras, como surgen realmente las ideas: imagen de un desierto estereotipado (una ciudad), boca seca, y la certidumbre (es cierto, porque es la subjetividad de todos los días) de que lo horrible es estar seguro de la anulación de la distancia a causa de la infinitud de la misma, de la ausencia de cualquier engaño que lo distraiga a uno con sus sentidos, de la completa falta de esperanzas y la imposibilidad de no seguir andando. Quizás alguien recuerde a Camus o algún otro teórico de la angustia en este momento, a esa persona le digo que lo deje de lado. Esa certidumbre, ese resorte que saltó ni siquiera ofreció como salida la angustia: lo peor de todo es cosa de todos los días, es la imposibilidad de evadirse por el camino fácil, es el achatamiento y el cansancio sin nombre, sospechar que los nombres mienten y que se camina por un no-espacio. Después de sentir eso, ya no importa si el destino está a dos pasos o tras kilómetros de camino.
Al llegar este punto ya había cerrado los ojos y apoyado la frente sobre el escritorio, mientras pensaba en nada para escuchar pasivamente los diálogos descontextualizados que provenían de la tv. La lluvia había parado hacía rato, y las piedras se habían descongelado sobre los autos abollados ya por el granizo anterior. Se retorcieron los trapos mojados, y en la propaganda pensé que cuando se llega desde el desierto la cosa debe ser distinta, porque al final siempre hay más ilusiones ópticas que en el recorrido y uno cumple con el ritual de engaño u olvido. Desgraciado el que no pudiera dudar del sentimiento y deformarlo hasta volverlo irreconocible, ese sería como una cocina llena de goteras durante un diluvio a lo Macondo: enmohecida, húmeda, de ladrillos rotos y rodillas reumáticas, y cacerolas anegadas a las que ya no hay en donde vaciar.

19 Declaración de la acusada n° 1407

20../4/26 C.I. Juárez < carlitai @grail.com >

La mejor promoción de esa época fue una que llegó por Internet. En el asunto decía “miren esto” y cuando empezabas a leerlo no te dabas cuenta de que era spam, recién a mitad del mail, pero entonces ya te habías enganchado y seguías leyendo. Porque no era una de esas promociones para que te alargaras el pene o consumieras viagra o viajaras a Hawaii, sino algo que ya a todos nos parecía necesario: una pomada para combatir los callos.
Los callos en el pie fueron comunes desde el principio de los tiempos. Los callos en los dedos, supongo, desde que empezamos a usar plumas o lapiceras: mi abuela me contó que esa dureza enorme de su dedo índice era de las épocas en las que iba a la escuela y copiaba tres veces los números del 1 al 100, o del 430 al 600, de uno en uno, dos en dos o diez en diez. Yo también tenía callos en los dedos, pero por la costumbre malsana de vivir mordiéndomelos. Pero eso no había molestado a nadie, o a relativamente pocos; lo que nos preocupaba en ese momento no eran los pies o los dedos o los ojos, sino nuestras muñecas.
El uso generalizado de computadoras había solucionado los problemas de media población después de que el mundo se fuera a fondo, braceara debilucho y volviera a salir a flote. Media humanidad había pasado al freelance, donde había oferta para cada uno. El resto había muerto de hambre en la época de debacle económica. Para el tiempo del que estoy hablando, todos vivíamos gracias a Internet: la genial idea de cierta compañía millonaria había ofrecido computadoras baratas a media población de la mitad superviviente, justo la media población que no se podía comprar una de las caras; los servicios como speedy y otros habían mejorado la atención, por puro altruismo, y la electricidad había pasado a ser cosa del pasado, reemplazada por baterías de una duración de 1000 años, que nadie nunca llegó a comprobar, y que se vendían al módico precio de medio botellón de agua dulce. Así que todos estábamos conectados, todos charlando con gente de Venezuela, Ucrania, Timbuctú, de países desaparecidos y tierras de nadie. Cada habitante de las tantas casas que seguían en pie perdía el sueño frente a su máquina, y no lo recuperaba nunca, porque el tiempo perdido en la virtualidad, el amor, el trabajo, el llanto o la alegría no se descansa. Cargábamos el fardo de horas insomnes sobre los hombros y nos jorobábamos sobre nuestras sillas, vivíamos sobre ellas, pero teníamos computadora, y plata virtual que canjeábamos por botellones de agua, y por fin había acabado la discriminación, porque en esa vida hogareña salíamos poco y nos veíamos menos, de modo que tampoco nos arreglábamos demasiado. Para los paralíticos la cosa había sido como una bendición divina; a muchos no paralíticos se les fueron secando las piernas y quedaron postrados por mera costumbre. Todos éramos iguales, por fin. Pero eso no importaba; éramos felices, y vivíamos bien. Teníamos todo lo que les había faltado a nuestros antepasados: agua y comida asegurados, techo, abrigo, ventilador y comunicación. Libertad de acceso a conocimientos y locaciones con las que antes no se había soñado nunca. Y tiempo, sobre todo: el freelance nos dejaba tiempo libre de sobra, porque con la desaparición del trabajo físico, lo único que se necesitaba era realizar sencillas operaciones mentales que demandaban menos de una hora diaria, como mucho, tediosa hora que pasaba rápido. Era el paraíso, realmente, y quizás, por eso mismo, un poco monótono, pero a nadie se le hubiera ocurrido quejarse. Yo no me quejo, y eso que tuve oportunidades de pensar algo mejor. Esos tiempos fueron los mejores de todos, sí. Pero teníamos callos, y ese era un gran problema.
No recuerdo bien quién fue el primero entre mis conocidos que señaló el dolor de muñecas que lo perseguía por las noches, frente a la pantalla, mientras armábamos nuestras charlas mundiales. Creo, si no me equivoco –pero con esta memoria débil de información fácil, quién sabe...-, creo, digo, que fue Javier, uno de los pocos amigos cuarentones que conocía del torso para abajo, porque vivía en el cuchitril de enfrente. Esa ocasión nos reímos todos, porque era uno de esos escasísimos problemas mundiales que, aunque nimios, por alguna razón no tienen cura, y cambiamos de tema: hablamos de operaciones de ojos, de los nuevos modelos de sillas... incluso creo que alguien mencionó un libro que había leído, pero no tuvo mucho coro porque, convengamos, hay tantísimo para leer, y tanta oferta más interesante en Internet, que los libros ya los usan pocos. La cosa es que el tema pasó, pero quedó rondando en nuestras cabezas: a mí me dolían los callos hace rato, y habiéndome dado cuenta de la molestia, el problema era más serio, era compartido, tenía peso, en definitiva. Igual, muchas cosas tenían peso. Ponele, aunque el asunto estaba solucionado, el tema del agua tenía peso. Ese año fue particularmente jodido con el tema del agua: para bañarme una vez cada tres días, como era normal, tuve que regular el consumo en cantidades milimétricas (sobreviví, igual, porque en ese mundo todo era mucho más fácil que antes y que ahora), y eso demandaba mucha más atención que mis callos. Así que lo que dijo Javier me impactó, pero lo olvidé rápidamente. Hasta, claro, que me llegó ese mail. Y podría decir, aunque suene demasiado a película de cine o a libros que no leí, este... podría decir, dije, que me cambió la vida.


20../4/30 C.I. Juárez < carlitai @grail.com >

Sí, ya sé que es inverosímil, pero todo empezó con la promoción masiva de una crema para callos. Es así, aunque resulte difícil de explicar, aunque ni yo entiendo bien el asunto, todavía. Dejame que vaya por partes. Te cuento lo que sé. No sé mucho, pero supongo que vos entrevistaste a otros para obtener información. Al fin y al cabo, es algo sencillo, porque todos los que tenemos más de 50 años participamos del asunto.
El mail llegó en octubre; la última crisis del agua había ocurrido en junio de ese año, pero ya casi no la recordábamos porque había cosas más interesantes para hacer. Teníamos despreocupación de sobra como para esperanzarnos. Después nos dimos cuenta de que era obvio que había algo raro, de que no había llegado como spam y por ende tendríamos que haber desconfiado del asunto, que si no era un bot el que recolectaba los mails tenía que haber algún embrollo detrás. Toda buena promoción va a parar al cajón de basura cibernética. De modo que la cosa podría no haber surgido de la manera en que surgió, pero en ese momento nos ganó el entusiasmo, tanto que fijate que incluso salí a avisarle a Javier en persona, aunque bien podría haberle notificado por Internet, aunque era obvio que él también había recibido el mail. De hecho, Javier lo había recibido; estaba tan entusiasmado como yo por el asunto, y era de esperar porque sus callos eran enormes, incómodos para el uso del teclado, una masa amarillenta e irregular como terreno lunar, así de desagradable. Me costaba caminar, pero yo estaba feliz; cuando volví a mi cuarto me senté frente a la computadora incluso antes de poder usarla, y tamborileé los dedos mientras abría de vuelta la casilla para encontrar ese mail, ya sepultado entre tantos otros. Había un link, hice clic, me redirigió a otra página. Era una promoción barata para lo que ofrecía, algo así como 1/7 botellón de agua por dos pomos que te solucionaban la vida. Y ojo que estábamos más que acostumbrados a las propagandas chapuceras, pero esta era novedosa y necesaria, prometía ser distinta, y sinceramente, no se perdía nada.
Compré dos y esperé. Llegó a los cuatro días en una caja rehusada de cartón azul, cerrada con cinta de embalaje. Dentro, los dos potes de crema prometidos, 250 grs. en estuche reciclado Hinds, 250 grs. en Nivea, y propaganda política de esa nostálgica, de impresión casera en garage, que abollé y tiré sin leer en el tubo de reciclaje, y olvidé a los dos minutos. Después me dediqué a esperar.
La crema terminó no resultando tan maravillosa como esperaba (ja, era iluso de mi parte porque nada es tan maravilloso como uno espera), pero ahí, azul con olor a queso cheddar durante un mes, en algo mejoró mi muñeca. Para noviembre el dolor había menguado, y como el problema del agua nos daba una tregua, yo aprovechaba para sumergirme en un marasmo de humo y alcohol bastante pavo pero eficaz, que consumía mis reservas de dinero y mi tiempo libre mientras chateaba con un nuevo amigo de Rosario. De modo que, ya ves, mucho no tuve que ver con el desarrollo del suceso, al menos en un inicio, y si te cuento ahora es en base a lo que me enteré después. Yo recién me vinculé en serio para diciembre, que fue cuando la cosa se hizo más conocida y las cadenas empezaron a circular tanto que te enterabas o te enterabas, no había modo de escaparle. Y era lógico, aunque al principio no lo pareciera, porque el movimiento arrastraba a la gente de una manera que no se había visto en años. Imaginate que... Pero no, esperá que te lo cuento en orden.
Noviembre lo pasé medio embobada, como te dije. Mis amigos habían desaparecido, así que fumaba mucho y bebía más, y el i-doser había mejorado tanto, tanto, que uno casi podía creer que realmente iba a pasar algo mientras escuchaba esos ruidos raros en la oreja. En eso conocí a este tipo de Rosario, Roque, que después fue uno de los pocos que siguió pensando que la movida iba a renacer espontáneamente, uno de esos que todavía hablan de pasados heroicos y futuros Movimientos Liberadores (MoLi, les decíamos en esa época) mientras toman mate amargo emponchados en buzos de lana olorosos y apuntan al cielo con el dedo índice como si fuera un tic. Me caía bien, Roque: no me exigía mucho y estaba siempre como disponible. El resto de mis contactos, en cambio, había dejado de hablarme misteriosamente; recién cuando me contó lo que estaba pasado me enteré por qué. Eso que no supe es la parte que a vos te interesa, pero yo no participé hasta algo así como un mes después, en diciembre. Y entonces las cosas pasaron volando; imaginate que en junio fue que estalló el primer conflicto después de la Desastrosa Debacle Económica (DDE), menos de diez meses después de que comenzara a gestarse el asunto. Y al final ya lo sabés, está en los registros, está en Internet. Todos lo saben.


20../5/06 C.I. Juárez < carlitai @grail.com >

Eso que te adjunto es la propaganda del MoLi, la que yo no leí cuando me llegó. Roque me la pasó en diciembre. Estaba fanatizado, e insistía, dale, me decía, enterate. Así que me enteré. Después dijeron que detrás del MoLi había un grupo de zurditos emo paranoicos. Yo no sé. Cuando entré en la cosa ya estaba bastante cocinada, y no pude conocer tanto como Javier, por ejemplo; lo que sé es que ni Javier, ni Jorge, ni ninguno de mis otros contactos eran zurditos o emo, no, eh. Paranoicos sí, pero paranoicos nos volvimos todos. No, ni Javier ni Roque ni Camila ni Martín ni yo, ni ninguna de las personas a las que conocí después eran zurditos emo ni conocían un grupo de zurditos emo. Zurdos solamente sí, aunque escasos (es que había tanta mixtura ya que era difícil saber qué era cada quién), y emos abundaban, pero combinadas las dos cosas, no. Y mirá que después averigüé, pero nadie sabía nada; ni siquiera pudimos saber quién había mandado el mail sobre la pomada para callos.
Pero bueno, el movimiento estaba. Hubo gente que sí leyó el folleto y se enteró antes de lo que pasaba con el agua, y esa gente se comunicó y dijo basta, y mandó mails, y el movimiento se organizó y se hizo grande. Para cuando Roque me avisó, tres cuartos de lo que quedaba de mi edificio estaba enterado y tomando precauciones. Al principio yo no lo podía creer. Imaginate: ¡un plan de anestesiamiento amaestrante! Sonaba raro, pero cuanto más lo pensaba más tenía sentido: todos comprábamos agua a la misma empresa, todos la ingeríamos, todos vivíamos lánguidamente trabajando para unos tipos que ni conocíamos. Y vivíamos cómodos, pero...
A la semana de enterada empezaron a circular las cadenas. Al principio fue como con la crema para callos: un mail general de parte de una dirección ignota; después simplemente nos la reenviábamos. Si las muñecas ya no dolían, ahora la preocupación era el agua. El MoLi vendía subversivamente, pero salía cara; al final terminamos por hervir el agua que se vendía oficialmente, y aunque no sabíamos si eso servía de algo, al menos el gas salía bastante barato. Estábamos todos preocupados, teníamos miedo de estar domesticados, y por eso no dormíamos sólo para tener la certeza de estar despiertos. Era una época muy dura, pero estábamos cambiando el mundo. Nos organizábamos: las horas en que no trabajábamos mandábamos mails larguísimos y leíamos mails larguísimos, nos concientizábamos con powerpoints, juntábamos firmas. Para entonces el MoLi ya éramos nosotros, y habían cambiado varias cosas: incluso salíamos de nuestros cuartos más a menudo para asegurarnos con nuestros propios ojos de que todos estuviéramos enterados. En un par de meses movilizamos pueblos, aprendimos a caminar rápido, allanamos los caminos. La ciudad, que nos había resultado desconocida y grande hasta entonces, se nos mostró pequeña, tullida y seca, pero llena de gente que emergía de los escombros, que formaba grupos de exploración, que después de años de inmovilidad caminaba cuadras largas sólo para buscar nuevas fuentes de agua. Yo estuve en una exploración, fue

Objetivo Menéndez says (22:07):
Hola, ¿cómo andás? ¿Pudiste escribir algo más sobre el MoLi post DDE? Te pregunto porque hace más de una semana que recibí tu último mail.

:] Carlixx :] says (22:08):
hola!
estaba escribiéndolo.
te lo paso ahora?

Objetivo Menéndez says (22:08):
Bueno. Terminalo y pasámelo, o si querés hablamos por acá.

:] Carlixx :] says (22:08):
ok :)

cansador porque nunca habíamos caminado tanto, y además los cauces estaban secos. Había pocas plantas, la ciudad estaba destruida, era verano y hacía calor, encima no tenía lentes, porque nunca había necesitado ver de lejos. Fue un fiasco, en definitiva, y no volví más a participar en las expediciones de búsqueda de agua. Después encontraron pero muy poco, y hubo un mail general avisando, y mucho racionamiento. Armamos una comunidad gigante en torno a las pequeñas fuentes de agua que iban apareciendo, organizamos la consumición, adquirimos horarios, redujimos el uso. Quien hubiera organizado el MoLi había dejado de mandar mails, pero ya no lo necesitábamos, ni siquiera necesitábamos trabajar. Ya no nos servía el dinero virtual porque no comprábamos botellones de agua; teníamos nuestra propia agua, y con eso comprábamos las otras cosas. Es cierto que no era de tan buena calidad, pero sabía mejor que el régimen de esclavitud que nos habían estado vendiendo. Por fin éramos libres: recuperábamos la independencia, la salud, el contacto, el mundo, pero a la vez seguíamos conservando las ventajas de nuestro antiguo estilo de vida: la comunicación masiva, el acceso a todo. Y seguía habiendo un montón de cosas por hacer. Éramos felices.
Pero duró poco. A principios de mayo empezaron los problemas de conexión, pocos días antes de junio nos quedamos sin Internet. No teníamos teléfonos para elevar reclamos, así que se formó una caravana de un par de personas con el propósito de ir a reclamar a La Ciudad. No sabían el camino, pero iban a llegar. Dos días después se cortó el gas, luego la luz. No podíamos hervir el agua comunitaria, dependíamos de las computadoras para comprar comida, no podíamos matar el hambre haciendo cosas en las computadoras. Encendimos una fogata con encendedores y preparamos una última cena, un animal sacrificado que cazaron los más ágiles. El camino hacia La Ciudad no era tan largo; nuestro convoy tendría que haber regresado, pero no volvía. Esa noche decidimos el plan de acción.
Volvimos a la cuna de nuestra civilización. En las cocinas inútiles, en los escombros, en la tierra donde pululaba la herrumbre buscamos con las uñas mordidas hasta sangrar, buscamos con la espalda curvada, con sed y bronca rezumando. Conseguimos hacernos de piezas históricas, abandonadas hacía largo tiempo por su inutilidad ante el polietileno. Hicimos un pilón a la luz del día en el lugar donde había ardido nuestra fogata, y cuando el sol empezó a declinar nos juntamos. Estábamos todos, sin excepción: todo nuestro pueblo alrededor de la pirámide de metal, mirando con ojos afiebrados, con una única resolución en la mente: íbamos a hacer la revolución. Con el último rayo de luz se encendieron nuestras lámparas, y en el resplandor de las llamas nos vimos vestidos de guerra, con nuestros andrajos de todos los días pero esgrimiendo el brillo de nuestras armas, febriles por el ruido que empezaba a nacer y que nos iba a hacer caminar en andar metálico, al compás de los tenedores, de las cucharas replicando contra la cacerolas, uno, dos, uno, dos.
Eso fue el primer día de junio, hace más de treinta años. Esa noche, vestidos de guerra y esperando el sol, casi no dormimos. Así empezó el Levantamiento.


:] Carlixx :] says (22:40):

ahí te mandé el mail. querés que te cuente el levantamiento por acá? me sería más fácil.


Objetivo Menéndez says (22:41):

Dale, dale. Esperá que me fijo lo que escribiste y te aviso.


Objetivo Menéndez says (22:47):

Te leo.


:] Carlixx :] says (22:48):

bueno..

esa noche durmieron muy pocos, como te podés imaginar. yo estaba re nerviosa, era raro, no había dejado mi departamento en casi toda mi vida y de pronto iba a viajar a La Ciudad, así con mayúsculas

era como enfrentarse con algo que se quiere pero causa el miedo más grande



:] Carlixx :] says (22:51):

y cuando salió el sol y empezamos a caminar, sentía que se me trababan las piernas de pura ansiedad nomás. pero fuimos, y veíamos cómo el paisaje iba cambiando, porque a la media hora alrededor todo seguía siendo pasto cubriendo las ruinas, como en el barrio, pero después de dos horas se veía más el asfalto, y teníamos que parar cada tanto porque el sol era mucho y cansaba, y esa era nuestra verdadera expedición importante en todos esos años. nunca habíamos caminado tanto, al menos no yo

y me moría de sed, te juro, pero seguíamos


Objetivo Menéndez says (22:52):

¿Y no se cruzaron con nadie?


:] Carlixx :] says (22:52):

la cosa es que en el camino se sumaba gente, todos con cacerolas y si no tenían les dábamos, y íbamos tocando por toda la ruta que cada vez era más marcada


:] Carlixx :] says (22:53):

no nos cruzamos con nadie de la ciudad, pero otra gente sí, y se unían

el corte nos había afectado a todos


:] Carlixx :] says (22:55):

y bueno, caminamos un montón, demasiado tiempo, y cuando ya era de tarde la gente empezaba a quejarse, pero igual seguía. porque te quejabas pero sabías que no había nada más que hacer. era la rebelión o la rebelión, sabés. preguntale a cualquier otro.


Objetivo Menéndez says (22:56):

¿Cuánto tiempo caminaron, entonces? Porque según lo que decís estuvieron más de doce horas. Es tremendo.


:] Carlixx :] says (22:59):

sí, fue así. pensá que recién empezamos a ver las luces de la ciudad cuando caía la noche. pero tenés que pensar que nosotros no éramos como ustedes. algunos de ustedes están acostumbrados a caminar porque tienen que trabajar y esas cosas. después del moli y de la segunda dde hubo que reconstruir todo desde el principio. en cambio, nosotros no nos habíamos movido hasta ese entonces. éramos lentos.


Objetivo Menéndez says (23:01):

Ok. ¿Y qué pasó cuando llegaron?

Vieron las luces, enfilaron golpeteando cacerolas por la ruta...

¿Se cruzaron a alguien mientras caminaban hacia el centro de La Ciudad, o no?



Objetivo Menéndez says (23:02):

¿Fuerzas armadas? ¿Ciudadanos?


:] Carlixx :] says (23:02):

no, nada


Objetivo Menéndez says (23:02):

¿Algo?


:] Carlixx :] says (23:03):

nada. era lo que le preocupaba a javier eso, pero a mí no me resultaba raro porque creía que en la ciudad no vivía nadie.



Objetivo Menéndez says (23:03):

¿Sí, pero y el convoy anterior? Pero dejá, contame como te acuerdes.


:] Carlixx :] says (23:04):

bueno javier decía eso, pero no sé, a mí no me interesó en ese momento. yo golpeaba la cacerola y caminaba, porque ya estábamos cerca, re cerca.



:] Carlixx :] says (23:07):

y bueno, caminamos y no nos cruzábamos con nadie. ya era de noche y la ciudad también estaba oscura y no había ruidos, pero cada tanto había lámparas de luz blanca que iluminaban un círculo gigante y dejaban el resto en sombras. entre cada lámpara había al menos media cuadra de sombra. ir sola por ahí me habría dado miedo, pero éramos tantos que no importaba.


:] Carlixx :] says (23:08):

la sensación que yo sentía era sensación de estar cambiando algo, y era compartida. nos hacía fuertes. así que caminamos juntos, hasta que llegamos al edificio central. y nos detuvimos, y la gente empezó a rodearlo, pero no del todo.



:] Carlixx :] says (23:09):

era como un semicírculo que rodeaba la puerta de entrada, chiquita y de hierro, con rejas de la parte de afuera. ahí nos paramos, y del convoy ni rastros, pero nos sentíamos fuertes. no sé, no te lo puedo describir. golpeábamos, golpeábamos tanto que la sed se volvía insoportable. y empezamos a cantar canciones que sólo recordaban los más viejos, canciones de libertad de un tiempo anterior a la dde, incluso anteriores al tiempo de mi madre. y en el edificio, nada. o nada por unos minutos. nosotros golpeábamos, golpeábamos, gol-peá-ba-mos.



:] Carlixx :] says (23:09):

y entonces...

ja


Objetivo Menéndez says (23:10):

¿Qué? ¿Entonces qué?


:] Carlixx :] says (23:10):

ja. se encendieron las luces

y nos descubrimos rodeados.


Objetivo Menéndez says (23:10):

¿Qué pasó?


:] Carlixx :] says (23:14):

es gracioso, sabés. yo no me lo esperaba. javier puso una mirada de esas que te dicen que lo había estado temiendo todo el día, pero yo no me lo esperaba. y la gente tampoco. y creo que no entendimos demasiado, o quizás sí, porque seguimos golpeando. estábamos todos ahí, todos los que vivíamos en el radio de varios kilómetros. roque estaba en una concentración similar en rosario, y a roque le pasó lo mismo. lo de la ciudad estaba planeado, eso es lo gracioso. que estaba planeado y nosotros caímos igual. pero teníamos que hacerlo, no nos podíamos quedar callados. así que seguimos golpeando, javier también, y cuando nos dijeron que nos dispersáramos no lo hicimos y seguimos golpeando.



Objetivo Menéndez says (23:15):

¿Y entonces?


:] Carlixx :] says (23:17):

y entonces lo que nunca cuentan. no nos preguntaron qué queríamos, porque no necesitaron hacerlo. nosotros lo gritábamos, y pedíamos por los del convoy y por el agua y por todo. estábamos dispuestos a trabajar para el cambio pero el cambio dependía de la manera en que estaba organizado el poder, sabés. no queríamos más ciudad. la “ciudad” teníamos que ser nosotros, no éramos ovejas ni bichos como para andar siendo manejados. ya nos habíamos ocupado de todo e íbamos a poder volver a hacerlo. así que ellos decían “dispérsense” y nosotros golpeábamos más fuerte para que no se escuchara.



Objetivo Menéndez says (23:17):

¿Cómo fue? ¿Quién o qué los rodeaba? ¿Quién hablaba? ¿Y el edificio?


:] Carlixx :] says (23:18):

eran guardias, era gente. algunos temblaban pero se mantenían igual. después me enteré de que habían vivido toda su vida en la ciudad; estaban programados. pero eso no los hacía robots. porque cuando dispararon, después, eran gente y disparaban a gente. no los exonera.



:] Carlixx :] says (23:21):

y el edificio hablaba. bah, la voz venía de ahí. y avisó tres veces, pero no nos amenazó. decía: “dispérsense”. y a la tercera vez se calló y se abrió una puerta. y entonces festejamos todos porque creíamos que habíamos ganado. y salió un tipo, un tipo común, un pichi cualquiera pero muy soberbio. y dijo “váyanse”. y le dijimos que éramos el pueblo, que no nos íbamos a ir. que la ciudad éramos nosotros. que no nos iban a poder callar a todos. y nos preguntó quién había organizado eso, y le dijimos: “el pueblo”. había sido el pueblo. y entonces se cagó de risa, y nos empezaron a disparar a todos



Objetivo Menéndez says (23:21):

¿Y vos qué hiciste?


:] Carlixx :] says (23:23):

yo corrí como todos. todos corrimos. pero nos habían rodeado, y la gente caía al suelo como moscas, era horrible, estabas corriendo junto a tres personas y las tres se iban cayendo y seguías corriendo pero no sabías adónde. estaba oscuro y se apagaron más luces, y era difícil recordar dónde estaba la ruta. ninguno corrió demasiado. al final nos dispararon a todos.


:] Carlixx :] says (23:23):

y nos despertamos en la cárcel.


Objetivo Menéndez says (23:24):

¿Cuánto tiempo?


:] Carlixx :] says (23:24):

todossss. todos en el radio de kilómetros. todo el pueblo. el edificio era una cárcel enorme. estaban también los del convoy ahí, encerrados, algo golpeados. y del lado de afuera, los guardias.



:] Carlixx :] says (23:25):

no sé cuánto tiempo. no tenía reloj. yo creí haber estado días, pero al final dijeron que sólo habíamos estado detenidos 33 horas. no sé. cuando me desperté me dolía la pierna, que era donde me habían disparado el anestesiante, y tenía la boca seca. y un bidón de agua al lado de la puerta, y el resto de la gente en la celda mirándolo.



:] Carlixx :] says (23:28):

se mataron de risa. nos dijeron todo. que habían estado al tanto de la gestación de la rebelión desde el principio. que la crema para callos era mala, y que habían creado una versión mejorada. que detrás del asunto había un grupo de zurdos emo paranoicos y que querían saber quiénes eran, que eran unos terroristas. que nos habían engañado. que el agua no tenía nada. que éramos unos idiotas. que las cosas ya no iban a poder ser como antes.


Objetivo Menéndez says (23:29):

¿Y entonces qué pasó?


:] Carlixx :] says (23:29):

nada


:] Carlixx :] says (23:30):

al principio no les creíamos. pero sabían todo. sólo querían conocer a los que habían creado la revuelta. nosotros habíamos creado la revuelta. pero no, ellos querían al grupo que había repartido la propaganda con la crema para callos. “los zurditos”


Objetivo Menéndez says (23:30):

Se denunciaron entre ustedes.


:] Carlixx :] says (23:34):

no... hubo gente que lo hizo. y después los denunciados denunciaron a esa gente. pero se reían de nosotros. se reían. al final terminamos cediendo. a los guardias no les veíamos las caras, pero se reían cuando alguno tomaba agua. teníamos sed. ellos sabían que nosotros no sabíamos nada.



:] Carlixx :] says (23:36):

y después nos soltaron y nos mandaron de vuelta con una crema para callos cada uno. una buena crema para callos. y dos botellas de agua por persona, con la etiqueta que decía “pura de manantial”. unos guardias nos escoltaron hasta las afueras de la ciudad y después nos dejaron. y tuvimos que volver. tardamos el doble. y volvimos.


Objetivo Menéndez says (23:37):

¿Y después?


:] Carlixx :] says (23:38):

nada. fue como si no hubiera pasado nada. volví a mi rincón. javier se mudó y eliminó su correo electrónico, pero la mayoría siguió igual. trabajábamos, nos pagaban en agua. teníamos gas y luz y todo lo que quisiéramos.


:] Carlixx :] says (23:39):

a veces salí a pasear, pero ya no había nada ahí. era como antes de la crema para callos. ya no tenía callos.


:] Carlixx :] says (23:43):

y después vinieron de la ciudad a arreglar el barrio. nos dieron nuevas viviendas. me casé porque si te casabas te aumentaban el sueldo. y tuve dos hijos. fueron a la escuela nJustificar a ambos ladosormal más cercana a casa. uno fue arquitecto, el otro guardia. se murió mi esposo. para mí no hubo cambio, incluso con la segunda debacle. para los de la rebelión nunca faltó nada. para los de la rebelión todo siguió igual, como si no hubiera pasado nada. con mudanza, marido e hijos y sin callos, pero igual. todo igual.



:] Carlixx :] says (23:44):

fue una gran broma, un circo, y lo sabían todo. fuimos un circo. eso fue lo más gracioso.