El aire olía a noche fría de verano, ese olor particular de las madrugadas posteriores a los días de lluvia espasmódica, en donde el recuerdo de la tierra mojada flota tenaz, negándose a desaparecer, y algo así como el aroma a pasto cortado, a fresco, a quietud aparente, se combinan en el aire formando esa fragancia vital, terrestre, viva. Me encaramé al marco de la ventana. Sentía la parte posterior de mi cabeza retumbar en latidos tribales acompasados al grito del grillo solitario, que se confabulaba con el cansancio para adormecerme. El frío en los pies desnudos, el olor a eterno flujo, los repentinos silencios del monótono cantor invariablemente oculto en las sombras me mantenían despierta, apenas despierta. Pero el conjunto era adormecedor. Una luz ahuyentó las sombras, que se descolgaron de los árboles y hundieron los pies en tierra. Una luz me cegó y yo caí con ellas, desde mi posición nada precaria al borde de una caída de tres pisos hasta las ramas extendidas de nuestro paraíso, el que nunca volvió a dar flor. Sentí las hojas acariciar mi caída, vi el cielo que tampoco florece en este costado del mundo, que sigue siendo el mismo cristal bruno y liso, demasiado negro, demasiado ajeno y otro. El golpe fue suave contra el colchón de hojas, pero el frío sigue sintiéndose en los pies. El olor a noche se siente en mi ropa, muy tenue, y el grillo continúa su canto monótono acompañado: los grillos y sus extraños golpes, sus extraños y graves tic-tac, ocultos bajo las hojas equívocas, amonestando con su canto a alguna lámpara que sigue prendida, algún último baluarte de la vigilia.
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24 Sombadi
¿Cómo empezar? ¿Cómo seguir? Ya escribió y borró esto cuatro veces, quizás porque en realidad no sabe qué quiere decirte. Quisiera poder ir a visitarte y obligarte a que le des un abrazo, quizás así romper con la invariabilidad en medio del eterno fluir heracliteano y erradicar la ausencia que le parece tan presente. Al menos por un ratito, el ratito en el que le dieras una excusa para dejar de lado esas añadiduras inútiles, el ratito en el que quizás podría permitirse olvidar un poco que al final todo se va al tacho y que no te quiere y no la querés aunque los dos digan lo contrario.
24 To hold infinity
Me tiré al río y salí con la ropa mojada, pero con la piel seca. Apenas se humedecieron las puntas de los dedos, que mojé en el océano bucal alguna vez, para arrancar el tributo de piel blanda.
Parece que me acostumbré a la ansiedad, sensación adictiva que te ubica a un paso de caer por las escaleras, a un paso de descender alegremente al magnífico infierno de lozana algarabía. Yo estoy cayendo, rodando, golpeándome la cabeza contra los escalones: es la única forma que conozco de bajar. Tiro la dignidad a la basura, y dejo que se me quiebren las piernas, se me disloquen los brazos y fisuren las costillas. Disfruto más la tarea de reconstruir que la de crear. O mejor, disfruto el eterno juego de desanudar el hilo para volver a formar el nudo: nunca idéntico, pero nunca demasiado lejos de la partida.
Cuando toco suelo, todavía temo, ansío algunos otros escalones; después es cuestión de sanar, de acomodar las partes, de coser los miembros y emparchar los huecos. Hasta la próxima gran caída, el bungee jumping al vacío y el tirón de lo finito.
Parece que me acostumbré a la ansiedad, sensación adictiva que te ubica a un paso de caer por las escaleras, a un paso de descender alegremente al magnífico infierno de lozana algarabía. Yo estoy cayendo, rodando, golpeándome la cabeza contra los escalones: es la única forma que conozco de bajar. Tiro la dignidad a la basura, y dejo que se me quiebren las piernas, se me disloquen los brazos y fisuren las costillas. Disfruto más la tarea de reconstruir que la de crear. O mejor, disfruto el eterno juego de desanudar el hilo para volver a formar el nudo: nunca idéntico, pero nunca demasiado lejos de la partida.
Cuando toco suelo, todavía temo, ansío algunos otros escalones; después es cuestión de sanar, de acomodar las partes, de coser los miembros y emparchar los huecos. Hasta la próxima gran caída, el bungee jumping al vacío y el tirón de lo finito.
24 Lamentablemente, volveremos
Los gritos, los preparativos de último momento. Días, meses juntando unos billetes que desaparecerán en un abrir y cerrar de ojos, en una muda de ropa. Dos, tres, siete, veinte días de vacaciones que se esfuman demasiado rápido para el que luego vuelve a sumergirse en el tedio de una rutina inflexible que demasiado a menudo lo deshumaniza transformándolo en un mero objeto productivo, un número, una máquina presa del dinero, el deber y la burocracia.
Entonces, las sutiles evasiones; la sensualidad en una mirada, una foto en alguna página de mala muerte o las palabras de un inmortal. Una caricia, un te quiero que dura lo que dos vidas o se marchita con el tiempo, una muerte que quizás no deja cicatrices, el apuro del que vive y quiere trascender. Trascender, ¿adónde? Somos tan ambiciosos en nuestra exigüidad. ¿Importa? Seguimos levantando castillos, desatando nudos y anudando vidas, construyendo un hormiguero gigantesco que es destruido por la lluvia, y durmiendo colgados de los árboles. Llenando páginas y páginas de anhelos de grandeza o necesidades ocultas, confesiones y vanidades, quejas por nuestra idiotez y deseos insatisfechos. Escribimos algo que parece ser una respuesta pero es, al final, una pregunta, o el derrumbe de todo lo que creíamos creer.
Y al final, siempre terminamos tirando K-Otrina antes de salir.

Y al final, siempre terminamos tirando K-Otrina antes de salir.
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