02 El hombre y su doppelgänger

Un doppelgänger que se asoma y lo mira, y no lo mira pero le persigue la mirada, entrecierra los ojos, le sonríe, se burla, hace aspavimentos, lo copia. Es tan idéntico a él que le da miedo, pero puede no reconocerse en el doble: hay algo extraño, algo ajeno: una sombra escondida en la curvatura de su cuello que se desliza a la mitad de su cara y se pierde en las orejas, una mano que copia sus gestos pero se tensa incómoda (es su mano), un algo agazapado bajo su apariencia de doble casi exacto. El doppelgänger se ríe, se ríe como si supiera lo que él está pensando en este momento: de algún lado (¿de ese otro?) sale la voz que dice "ay, Martín", y en ese "ay" está la burla: es un "ay" que intenta convencerlo de que nada es anormal en el doble que se asoma y lo imita, que no hay algo distinto a él en ese otro, que sólo hay uno en ese cuarto y es él, Martín, a las 2 de la madrugada y con tres cuartos de petaca de whisky encima, que las manifestaciones son unilaterales y el doppelgänger es nada, un outis que sin embargo...

Ahí está, riendo con ojos achinados, le persigue la mirada y Martín lo mira a él, o quizás ocurre al revés, pero es lo mismo. Se miden, o eso cree que hacen; en todo caso, lo mide. El otro parece medirlo; simula, pretende. Se habla, le habla; hace un rictus con los labios que el otro copia simultáneamente. Sentiría amenazada su precaria individualidad ante semejante descaro, pero el doppelgänger, en su igualdad, visto desde afuera, es distinto; el rictus se hace amargo, Martín lo enfrenta y el otro se multiplica: mil caras persiguiéndole la mirada, mil caras mirando hacia otra parte, mil caras copiándole los gestos que no son los suyos. Hay una imagen graciosa y la voz estalla en carcajadas; el rictus desaparece, pero los ojos miran a los ojos que ocultan esa diferencia inaprensible, el doppelgänger vuelve a ser uno y Martín se aleja, horrorizado: vio en el fondo lo fragmentario pero algo más, vio en los ojos del doppelgänger cómo éste observaba a su doble, se vio en el reflejo del negro de esas pupilas y él mismo era distinto, se vio disolverse, vio su pánico en la mirada del otro y supo que tuvieron la misma sospecha, pero en el otro había más, había la risa (¿o era su propia risa?), había esperanza (¿o era su esperanza?), había labios moviéndose y nuevamente era la voz diciendo "ay Martín", la burla de intentar creer que había sólo uno en el cuarto, que había un Martín reflejando un doppelgänger y no un Doppelgänger reflejando un martín, que la sospecha eran los tres cuartos de petaca en la sangre, que era él el que le daba la espalda al espejo y no al revés, que había él, que era más que un montón de imágenes y un montón de reflejos.


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