02 El que rompe, paga.

- Parece que tendrá que comerse sus palabras. Abra la boca. Abra... así. Cierre. Trague. Trague, que ya pasa. Ahora márchese.
Mira, miran. No hay nada que hacer.
- Es excelente, excelente. La felicito. Así es como deberían ser las cosas.
Él acaricia la cabeza. Los cabellos están bastante sedosos; se nota que usó mucha crema para peinar. Y que no limpió con trapeador, no, dejó secar los cabellos pacientemente, y cuando se fue a dormir lo hizo con ruleros, a la antigua.
- Ea, así. ¿Vio que no era tan difícil?
La puerta de salida se abre con el tintineo de las campanitas en lo alto. Es un local que no se ha automatizado. Pero nadie acude al ruido de las campanitas; la miran irse.
Camina por la calle. Las palabras rebotan en la boca; se ha atragantado, ha tomado demasiado té, le duele el estómago. No hay un baño cerca. Entra en el primer café que encuentra, casi vomita: “un té”, grita, y corre al cuartito que llaman “tualet”. Las palabras salen como sapos de la boca, y rebotan en las paredes, porque es un lugar chico. No suele tocar nada en baño ajeno, pero ahora apoya las palmas abiertas sobre el mármol de la pileta para sostenerse, porque el temblor de estómago se ha extendido a los pies, a las piernas. Se mira en el espejo cascado. Intenta hablar.
- Trabajo duro, merezco un buen trato – y “trato” rebota hasta hundirse en el agua limpia del inodoro.
Sigue una risa.
- Llámeme, Bob; es el momento que todos esperamos.
- Hágalo rápido.
Traga, otra vez.
- Te está manipulando, no te deja salida.
- No.
Salen por los dedos de los pies, de algún modo. Cae hasta las baldosas rojas de la esquina, al lado de dos pelusas que vuelan y luego se quedan quietas. Respira.
- ¿Por qué? Permítame, puedo hacerlo mejor. Así, ¿le gusta más?
Se siente mejor.
- Págueme al menos, doña Inés, ¡yo trabajé aquí un mes!
Y se acaricia la cabeza.
Gana coherencia. Traga saliva y se levanta. Se acomoda la ropa. No puede volver, pero tampoco puede desaparecer. Habrá que hacer de cuenta que no pasó nada, como le dijeron que hiciera. Jamás pasó nada.
- ¿Va a tardarse mucho más?
La señora que espera afuera la mira mal antes de entrar. Hay una cola de mujeres impacientes con bolsos y polvos. “Qué desconsiderada”.
El té, en la mesa, ya se enfrió. Lo toma igual. Le queda poco dinero, pocas ganas, no sabe adónde ir. Paga. Ya encontrará un rincón donde caer.

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