01 Saudades

A la una y veinte comenzaron a ronronear los motores, cuando apenas comenzaba a divagar en el espacio tibio anterior al sueño. Había muchos gritos; supuso: están robando. Corrió las frazadas y apoyó los pies en la cerámica helada. Se asomó a la ventana. Afuera, la ruta iluminada en la noche. Robaban el sueño. Organizaban picadas. Los vecinos todos miraban desde los edificios, con teléfonos, con curiosidad. Partían los autos con un chirrido de ruedas en el asfalto, y eran segundos fugaces: velocidad en la sangre, impaciencia, la recta final tapada por los pinos hasta el 5°10. La frenada postrera, el "game over". Una oleada de abucheos y de gritos de algarabía que inundaba la ruta, hilera de capó relucientes que se perdía a lo lejos. Un perro ladraba, dos pisos abajo. Era una escena pintoresca, una película irritante que miró con el escepticismo ya poco común, la ansiedad dormida que se enroscó en el esternón, como antes. La casa estaba oscura de nostalgia, y ensordecía. De fuera llegaban los gritos de las apuestas perdidas. Puto, gritaban, buchón. Con el alegre derrochar de la vida. Titubeó pero terminó marcando el 911 como en las películas, mientras los gritos se perdían en los ojos que seguían a esos otros dos vehículos, un ford blanco, un chevy azul. La congoja interpretó el rol a la perfección. El patrullero desocupó la ruta y los cuerpos somnolientos volvieron a las camas. Permaneció sólo tres minutos más, hasta que vio cómo se fugaba el último auto y se disolvía el olor a envite en la nada. Pasó un camión de reses y un micro de larga distancia, y la ruta fue el paraje usual, y el silencio el mismo de siempre. Fingir desinterés fue fácil. Volver a dormir, apenas un poco doloroso.

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