07 Odiseana

Mira, cómo no, por la ventana: la ventanita del colectivo, porque se está asfixiando. Después de cruzar la ruta sin morir en el camino y de esperar media hora el colectivo y de subir a la lata de sardinas sabiendo que va a llegar tarde, sólo le queda mirar por la ventana para imaginar que está del otro lado, que no hay una cartera clavada en su espalda, que la señora de labios rojísimos y cuerpo de muñeca de trapo e increíbles ojos saltones no está pisándole los pies, que el viejo en el asiento no se está quejando porque le empuja un poco el brazo con la rodilla, y qué querés que le haga, disculpame. Bajan tres, suben cinco, el rinconcito que encontró es un poco cómodo; entonces piensa que no, que no es Penélope, que aunque ahora la tejedora puede decidir renegar de la tela y zarpar en barco a buscar a Odiseo, no tiene verdadera prisa; se convence repitiéndose que el tipo está en Ogigia pasándola bastante bien a pesar de su nostalgia, que para el barco se necesitan monedas que no tiene, que aunque Ítaca no le ofrece mucho y ya se cansó del camino – todos los días cruzar la ruta, y salir con el dolor de cabeza para llegar tarde, seis días a la semana, tantos, tantos días al mes-, el mar no la tienta demasiado: Poseidón se enfurece fácilmente y nada le garantiza que Odiseo no la descubra vieja y fea – vieja y fea, qué superficial que sos, Penélope, pero mientras no se sepa... -, vieja y fea y pálida y precaria en comparación con la bella Calipso o el recuerdo de Circe, o con las palabras de esas sirenas, o quién sabe, ella misma cuando joven: los años no pasan sólo para Odiseo, que pena lejos de su tierra... Y no basta con que los dioses envíen mensajes inequívocos con tranquilizadoras palabras de Odiseo, no basta con tener la posibilidad de hacerse a la mar y tirar el pasado y el estancamiento en Ítaca por la borda... No es Penélope, se convence, ni siquiera una Penélope que decide no esperar y partir a buscar. Entonces consigue un asiento, dos paradas antes de llegar a destino. Se pierde en la ventana a pesar de que ya no hay tanta gente en el colectivo, el dolor de cabeza recrudece, llega y se olvida de todo, sólo importan las monedas que desaparecen rápido y subir rápido las escaleras porque es tarde, y llegar para darse cuenta de que quizás sí sería conveniente hacerse a la mar, pero no para remar a Ogigia, sino para descubrir los otros confines del mundo, y detenerse un poco en la isla de los lotófagos, quizás.

1 comentario:

  1. Me encantó lo que escribiste. Si no te molesta lo uso para trabajar intertextualidad en la escuela. Justo estoy trabajando con la Odisea. Saludos.

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