Hay una canilla, abierta. Cae agua. Es un chorro fuerte, incesante. Debajo, en el suelo, un hueco para que se vaya el líquido. Está tapado. El agua cae, y salpica, se desliza, se hunde, moja: gotitas esparcidas en el verde, el blanco, el durazno. Cortina y piel. El pelo flota en la bañera, oscuro, casi negro; enredado, flota libremente. Se preguntaría “¿flota el pelo?”, pero tiene los ojos cerrados y piel de gallina. El agua podría estar más caliente. El cuerpo flota, también. Respira y flota, se hunde y flota, desciende y asciende, entra y sale del agua sin que se dé cuenta. El agua salpica los párpados, los labios, la nariz, el cuello, la superficie del agua bajo la que se hunde el cuerpo que flota. Ya no toca el suelo, está meciéndose en una pileta, en un mar. Las olas agitan el cuerpo sumergido, el agua tapa la nariz, los pulmones chillan, los miembros se contorsionan, Malena bajo el agua, arrastrada por el agua, olvida respirar. El agua es tibia, demasiado poco caliente, y turbulenta: son olas gigantescas que mecen dolorosamente, ahogan, y es un manchón de colores que no distingue la vista perdida de los ojos entreabiertos, un manchón que se concentra en un punto y estalla en agua, estalla y es el momento en que no puede más y sale y chilla y respira; los ojos abiertos que no miran, la boca abierta como un pez boqueando, los brazos que se sumergen hasta tocar el suelo de cerámica, ahí, y el cuerpo que se alza del todo y emerge, tiritando, del agua que rebalsa la pileta.
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wow...
ResponderEliminaresta increíble tu escrito
me a gustado mucho
me a recordado
como una vez me sentí en mi bañera
con los pulmones chillando
y la garganta quemando..
muy lindo
La pintura es: untitled (1993) por Roberto Matta.
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