16 Pasajero

Se ve muy linda en esa posición, un poco tonta, también. Su abultado torso diminuto se inclina sobre el celular, y sus piernas cuelgan del asiento semejantes a las de una muñeca de trapo en el estante. Pero es la expresión de su cara lo bello. El pelo, una mezcla de rubio y castaño imposible de creer, cae ondeando por uno de los lados, tapándole mitad del rostro para perderse entre la espalda y el respaldo. Detrás, un ojo, una nariz y otro ojo, concentrados sobre el colchón de piel mullida de la mejilla, y un poco más allá, los labios pálidos, con plácida expresión. Irradia una paz pueril de esperanza en mensaje cortajeado. Las uñas oprimen el teclado como cuchillas, y los ojos viven en una pantallita, mientras los labios modulan delicias que se pierden en los ruidos del colectivo.
Entonces termina de escribir, relee en voz baja por última vez -los labios secos, secos, viven en el aliento que se escapa- y cual efímera flor de campo, se marchita tras el chasquido de corte del celular plegado a la mitad. Los párpados caen, el labio superior abraza a su vecino de abajo en estrecho contacto, el cuerpo se cierra en abatimiento y mira sin mirar y permanece sin estar aunque aparente sana compostura. Está sentada del lado de la ventana, como invitando, pero en cuanto el colectivo se llena su mirada se pierde, finalmente, en la intermitencia blanca sobre el asfalto que se escapa del otro lado del vidrio, en la mirada dura dirigida derredor, en el velo que cubre al caer todo el mundo rodeando su asiento de colectivo.

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