23 Inmersión

El martillo cayó pesado y Daniel casi pudo verlo manchado de sangre. Pero después Nina volvió a bajarlo, una y otra vez, y el estallido sonoro nunca era más que eso, ruido. Al rato Nina terminó de colgarle el cuadrito y bajó de la escalera. Nina era demasiado baja, a Daniel sólo le llevaba la cabeza y muchos años. Estaba contento porque dentro de poco la iba a pasar. Nina decía que no importaba la altura, porque él tenía que pasarla en lo que respectaba al conocimiento. "La altura no hace al hombre", le decía. Pero Daniel no le creía, porque por algo usaba tacos.
Daniel no era el hijo de Nina, pero ella lo cuidaba porque su mamá trabajaba. Nina era Su Nina, como decía él cuando le preguntaban, o una niñera, como le decía mamá. Lo llevaba a la escuela, al parque y a lo de su abuela, Rosa. Le ataba la corbata, cosa que él nunca había aprendido a hacer, y a veces le compraba golosinas. Por esto último, Daniel la quería. Sabía bien que mamá le había dicho que no le comprara, porque mamá era mala, y que Nina no le hiciera caso era la mejor razón que se le ocurría para darle un beso.
El cuadro había quedado algo torcido. Nina lo arregló; Daniel miraba desde abajo. La escalera era chica, si se cerraba se caía. A Daniel ya no le gustaba mucho el cuadro pero no dijo nada; había insistido para que le dejaran colocarlo en la pieza. Era demasiado violeta. Al final, todo quedó derecho, y la escalera se cerró cuando Nina la plegó bajo la cama. Era tarde, y mamá llegó con uvas. Estaba lloviendo en Castelar; es linda, tan linda la lluvia. Daniel quería salir a mojarse, sin paraguas ni botas, pero ahogó las uvas en el agua y luego las sintió explotar dulcemente líquidas en la boca, apenas carnosas, sólo un corazón duro de semilla entre los dientes. Nina iba a poder mojarse, porque se había olvidado el paraguas y no había querido el negro grande que había en casa. Nina tenía suerte.
Un rayo incineró el cielo demasiado tarde en la ventana, después hubo un trueno, luego otro. El cuadro estaba mudo enfrente de la cama, como el cielo raso y el pasillo y las tejas. A veces una gota fuerte repiqueteaba contra el rojo y se ahogaba lentamente en la noche. Nina tenía techo de chapa en su casa, y le había contado del sonido de la chapa que hace ruido como tambores, que arrulla, y Daniel se durmió sintiendo un clamor como de gotas blandas estrellándose en la alfombra, un martillo ahogado, un trueno palpitando en Castelar bajo las aguas.

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