24 To hold infinity

Me tiré al río y salí con la ropa mojada, pero con la piel seca. Apenas se humedecieron las puntas de los dedos, que mojé en el océano bucal alguna vez, para arrancar el tributo de piel blanda.
Parece que me acostumbré a la ansiedad, sensación adictiva que te ubica a un paso de caer por las escaleras, a un paso de descender alegremente al magnífico infierno de lozana algarabía. Yo estoy cayendo, rodando, golpeándome la cabeza contra los escalones: es la única forma que conozco de bajar. Tiro la dignidad a la basura, y dejo que se me quiebren las piernas, se me disloquen los brazos y fisuren las costillas. Disfruto más la tarea de reconstruir que la de crear. O mejor, disfruto el eterno juego de desanudar el hilo para volver a formar el nudo: nunca idéntico, pero nunca demasiado lejos de la partida.
Cuando toco suelo, todavía temo, ansío algunos otros escalones; después es cuestión de sanar, de acomodar las partes, de coser los miembros y emparchar los huecos. Hasta la próxima gran caída, el bungee jumping al vacío y el tirón de lo finito.

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