05 El corte

Un hombre iba caminando por un descampado en una noche oscura. No había luna en el cielo encapotado, las estrellas no se divisaban y el próximo pueblo quedaba a kilómetros de distancia. Adelante, atrás y a los lados, el camino se perdía en las tinieblas impenetrables. Un par de luces alumbraban algunas partes de la calle rota, llena de baches, y marcaban su sendero. El hombre contó los pasos, sesenta en total de uno a otro poste de luz. Sesenta pasos largos. Las piernas le dolían de tanto caminar – le dolían de sólo pensar lo mucho que quedaba por recorrer-, pero él seguía contando hasta llegar a sesenta, hasta llegar al próximo poste. Allí se detenía por un segundo y pensaba en descansar, pero siempre se decía lo mismo: “en el próximo”: Sesenta pasos, sesenta postes, y seguía caminando. A veces soñaba con que un auto pasaba por ahí y lo alcanzaba a la ciudad. A veces se reía cuando imaginaba un taxi. Pero seguía.
Cuando la cantidad de postes pasados ya era incontable y, sin embargo, sentía que no había avanzado ni un paso, tropezó. Faltaban diez trancos para el próximo poste. El cantar de un grillo se hizo ensordecedor. El hombre, cansado, levantó la cabeza lastimada y miró la luz. Ésta no titiló antes de apagarse.
Ahora la oscuridad era completamente impenetrable. Se levantó tambaleante, adolorido, y miró con los ojos abiertos la oscuridad que lo rodeaba. No pudo percibir nada, era un negro uniforme el que lo cercaba. Parado atento a un lado del camino, esperó, y muchas veces creyó ver algo antes de darse cuenta de que todo era un engaño de los sentidos ansiosos. Faltaba mucho para el amanecer y las nubes cubrían las estrellas. Indeciso, sintiéndose completamente vulnerable, después de mucho esperar avanzó un paso, tres, seis. Diez en total, y llegó al poste. La marcha se reanudó en las penumbras.
No supo bien cuánto tiempo había pasado desde el corte cuando escuchó el ruido en la lejanía. El ruido de un motor, y el chillido de un pájaro a lo lejos. Locamente esperanzado escudriñó sus alrededores. Nada; todo seguía sumergido en la triste oscuridad. Pero el ruido crecía, crecía, y aunque el insensato conductor avanzaba con las luces apagadas, el hombre oteaba inquieto buscando algo que no podía ver. Y el ruido crecía; creció hasta hacerse insoportable.
Una fugaz ráfaga de viento acompañada de un ruido atronador lo envolvió en una nube de polvo que lo hizo toser. Una bandada de pájaros chilló a los lejos; el auto se alejó velozmente, oculto en sombras. El hombre se dejó caer; sus piernas temblaban. La herida en la cabeza, el corte de la primera caída, sangraba otra vez. Ya no sabía cuánto faltaba para el próximo poste; el sol calentaba su piel. Su mundo seguía envuelto en sombras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario