05 Globo rojo

Es como cuando ves al globo irse volando, más allá de tu alcance (es inútil que saltes), y tu papá te dijo que lo sostuvieras fuerte porque esta vez el techo no iba a impedir que se escapara. Pagaron: elegiste; abrieron la billetera y pagaron: es un tesoro el que tenés entre tus manos, el que busca verticalmente aspirando el cielo. Un hilo, un trozo largo y delgado de plástico blanco lo sujeta a la tierra, a vos con los pies bien plantados, incapaces de tanta volatilidad. Vas con la cabeza inclinada hacia arriba, mirando al globo con forma, y tu hermana, al lado tuyo, te dice que los globos son caros y duran poco, que se pinchan, que no valen la pena. Pero quizás te envidia. Caminando con el globo, levantar un pie es revivir la fantasía de salir volando, hasta el techo del supermercado donde agonizan los que se escaparon sin sus dueños, o luego, hasta las nubes como azúcar o más allá. Entonces aferrás fuerte el hielo de plástico blanco, como sabiendo que cuando se vaya ya no va a haber nada que le impida seguir alejándose más y más. Tu papá te lleva de la mano para cruzar la calle y tu hermana camina al lado con su algodón de azúcar tan etéreo, vaticinando las nubes que se aproximan cuando tu mano olvidadiza se abre para cerrarse un segundo después, demasiado tarde ya, mientras tus ojos no se cansan de mirar como el cielo se aproxima y vos quedás tan abajo. Alguien te reta; tu hermana tira la madera endulzada y te dice, "yo te dije, el precio, los globos no duran, no vale la pena". Vos ya casi no lo distinguís, un manchón rojo tan cerca de la luna que se nota a plena luz del día, tan lejos del auto que te encierra y se aleja más, más, hasta que ya ni siquiera podés imaginarlo en las alturas, un punto de color desafiando las ataduras y la tierra.

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