05 Sobre la ejemplar juventud de Peter Held.

En el vigésimo aniversario de la muerte del Subgeneral.

Peter Held no siempre fue el dechado defensor de las costumbres que supimos conocer. Investigando, cronistas tiempo ha desaparecidos realizaron una recopilación de datos que aún se encuentra en el archivo de la Excelentísima Biblioteca de Morón, donde se detalla pormenorizadamente la juventud del patriota. Nos centraremos especialmente en un documento manuscrito de su psicoterapeuta Horacio Laguña, quien asistió al derrumbamiento y la milagrosa mejora del Subgeneral en el año 19...
Cuenta el doctor Laguña que a finales de década, recién salido de la Colimba, el Subgeneral Held se mudó solo al pequeño monobloc que lo acompañaría el resto de su humilde vida, y abandonó los estudios para dedicarse por entero a actividades de rara procedencia. El doctor Laguña, amigo de la madre del Subgeneral y ya por entonces interesado por el futuro del joven que llegaría a ser como un hijo, preocupado por la salud y la herencia de Held, de quien creía acertadamente había entrado en el accidentado camino de las substancias corruptas, comenzó a visitarlo asiduamente para intimar, a fin de conocer lo que perturbaba a nuestro Subgeneral. Observose entonces en el joven indicios de un desvarío leve, derivado de una manía de orden que lo llevaba a alterar las sanas usanzas con arbitrarios reordenamientos de efectos inútiles, a saber:
- las pastillas confitadas por colores, detalle inexcusable ante las visitas por lo sudoroso y manoseado de sus manos;
- los muebles de la casa por tamaño, creando una organización espacial escandalosa, puesto que es una locura buscar los anteojos en la mesa de luz sentándose en el inodoro con los pies sobre el paragüero;
- los artículos cotidianos por peso, lo cual incomodaba en las tareas cotidianas, por ser imposible vivir si lo más pesado se alinea sobre lo más frágil;
- los días de la semana por orden ortográfico, creando confusiones laborales inaceptables.
Todo lo señalado y otros desvaríos que no contribuyen a la cuestión más que de manera anecdótica, surgidos indudablemente por el lastimoso contacto del ingenuo joven con las substancias dañinas, arruinadoras de juventudes y amenazas de onanistas torcidos de pelo largo, acabaron por convencer al preocupado doctor de la necesidad de tomar recaudos con Peter Held, para así poder salvaguardar la herencia familiar, que desaparecía entre tanto orden disparatado como ceniza en cenicero. De modo que sin llamar a su santa amiga, madre de nuestro Subgeneral, a fin de ahorrarle la preocupación, el conocimiento de la futura ruina y la vergüenza, calladamente dio parte del asunto a las autoridades, que no tardaron en apersonarse en la casa del loco. Y como no podía ser de otra forma, entonces lo encerraron.
Trascribo a continuación lo que el doctor Laguña anota en su librera, citando las palabras del Subgeneral en el momento de su detención y traslado al hospital Borda:


....Acá
....buscan curarme de enfermedades ficcionales.
....Grito, “Horacio”, indignado, "joputa”
....¡kioscos! ¡laderas!
....¡madres, nerdas, ñoñas!
....Opúsculos.
....¿Pero qué refreno se tuvo?
....Uno
....Varios
....(What? WHAT?)
....¡Xenófobos!

....... y zumo.

Cuenta el excelentísimo doctor Laguña que Peter Held se bebió todo el líquido de una, obligado, que le pusieron el chaleco de fuerzas y lo confinaron al cuarto más seguro, para su mayor protección, sin hacer caso a los gritos del desquiciado, que como todo loco, clamaba estar cuerdo con total credulidad. Dice, también, que sólo luego de tres días el trastornado se calló la boca, tras probar en él técnicas alternativas para la recuperación del juicio, y que recién entonces, en el cuarto meticulosamente acolchado de blanco, el Subgeneral Held cayó en la cuenta de lo que tenía que caer, es decir, que estaba obsesionado con trivialidades por efecto del odioso enemigo de la juventud. Y a partir de entonces se prestó con docilidad al tratamiento de Laguña, que decidió ser ordenado, e ir por partes, con algo de meticulosidad elegante, aunque difícil y exhaustiva. Condujo, pues, a Held con técnicas modernas hacia el claro sendero de la razón, entre, según las palabras del paciente, “zumbidos y xerófilas; watts vacíos, unánimes, tontos. Se rompió, qué pillo, ordenando ñañas, nadas; maltratándome, lamiendo knockdowns, jodiéndose, inflándose, hinchándose, gutural, fofo enclenque de caradurismo boludo, ahí”. Aparentemente, no tardó un mes el tratamiento en dar resultado; relata Horacio Laguña que cuando vio a su discípulo sano de nuevo, se alegró indeciblemente y, por supuesto, lo dejó salir. Dijo que era un milagro, tanto desorden, que Peter Held ya estaba curado. Se admiró de las proezas de la voluntad y el conductismo, y lo observó volver a casa.
Cuenta el doctor Laguña, con emoción, que las puertas del hospital Borda se abrieron, y entonces, lo soltaron.
Ahí, en las calles de Buenos Aires.
Cuenta el doctor que lo vio todo: Peter Held se fue caminando por el cordón negro de la calle, y luego por el precipicio del fin de la vereda, y cuando ya estaba lejos, de uno en uno, en diagonal, de dos en dos, a puntapiés, y sólo volvió a bajar a la calle cuando empezaron las baldosas amarillas, cuadriculadas muy chiquito, donde no había modo de vencer. Peter Held, alejado de la mala influencia de substancias peligrosas, había vuelto a las sanas diversiones de la juventud, en una saludable despedida de las mismas. A Horacio Laguña, entonces, esto no le preocupó, porque ya sabía que Peter Held sabía que eso era una meticulosidad ingenua, inútil. Llegado al departamento, que gracias a las amables sugerencias del doctor había sido reacomodado, limpiado y tenía las ventanas abiertas para dejar escapar el aire viciado, nuestro Subgeneral, pobre ya, pero cuerdo, observó una conducta impecable, y cuando a la noche recibió visitas de Horacio, gran amigo, dio muestras de haber encaminado su vida por el recto camino por el que hoy lo reconocemos con cariño: había entendido que el orden, el Orden, es una cosa más grande que alfabetos o baldosas, que muebles; es mucho más grande. Y a partir de entonces, el Subgeneral Held, secundado por su maestro y salvador, se abocó a la humilde tarea de contener el desbande en la nación, salvaguardar las virtudes y conservar la moral, tarea que hoy agradecemos efusivamente en su día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario