07 Octopus’s garden

Me achico. Empequeñezco agazapado bajo la brisa fresca, aplastado contra la superficie escrita y el vidrio. Siento cada movimiento del cuerpo gigante que lee el diario al lado mío; me arrincono para evitar el mínimo roce e intento permanecer así, diminuto, alerta como un bicho amedrentado, infantilmente heridos mis deseos imperialistas.
Su codo me amenaza: él tiene la desfachatez de relajarse y estirar las piernas, de obligarme a recluirme en un rincón. La tensión es insostenible, y que sí, que no (que no, cómo, que no), que sí, que sí. Así que lo hago: le pido, con otras palabras, que ocupe menos espacio, que si por favor se corre un poco, o al menos el brazo, ¿sabe?, gracias.
Apenas mueve su pierna, pero al diario lo cierra y el brazo reposa tranquilo sin invadir mi espacio. Mas sólo por dos minutos, los dos minutos que demora en aburrirse y abrir nuevamente el periódico, en relajar los tentáculos, en desparramarse insensiblemente y ocupar, nuevamente, todo el espacio: es un manojo de miembros atados con alambre a una cabeza, un ser perverso oculto detrás del diario, un charco de tinta esparciéndose sin cuidado ni respeto (¡qué fue de los valores!) en el espacio.

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