10 Disertación experimental: Un sujeto x en tres no-etapas

La idea: ...Bueno, no vale la pena, no hay idea.
La idea, la idea es decir la idea como si se tratara de un plan “y sí -con voz de entendido en el tema-, la idea es no olvidar que te pueden cagar, ¿entendés? Es decir, no seas boludo, no te apartes de la gente porque eso tampoco sirve de mucho, pero ni se te ocurra cometer el error de creer por un segundo que jamás te van a decepcionar porque... bueno, en realidad, se trata de no hacerse ilusiones...” El resultado es que el ser exagerado lleva el razonamiento al extremo y se da cuenta de que no, que en realidad si te van a cagar, ¿para qué gastarse en cuidar una relación? Al fin y al cabo, no va a durar...
De pronto, momento de meseta, feliz contento feliz, contento que hace sentir idiota. Comienza como incertidumbre: cualquier cosa que frene la inercia genera malasangre. El ser exagerado, al que le molestaba el más mínimo cambio de estado (la mutabilidad, demostración tangible de precariedad ontológica, cientos de años de vueltas expresadas en un confuso gancho negro a la altura del esternón y en pretensiones de demostrar estar siempre igual, es decir, en un "bien" indefinido), se debate varios meses entre la confusión (se ha sacado los lentes de sol, oh señores), las disertaciones sobre la relación entre felicidad, improductividad e idiotez (acude a las librerías buscando el título "cómo masticar pasto tranquilamente sin ser una vaca") y la aceptación de que el contento ha llegado para quedarse, gústele o no. Así que acepta la degradación mental expresada en alegría y sigue tranquilamente con su vida. ¿La idea? “Carpediém, señores, la vida es muy corta. ¿Te sentís mal? Aprovechalo, uno siempre es más productivo en esos momentos. ¿Te sentís bien? Dejate de joder, arreglátelas solo y aprendé a disfrutar. ¿Te sentís...? ¿Que no sentís? Ah, la indiferencia. Sí, una vez me pasó...” Y la voz de la experiencia diserta un rato, se queda sin palabras, se ríe y enciende un pucho o acerca la mano a la lámpara para calentarla, “hace frío hoy, che”. El “che” es un rasgo muy característico porque lo hace sentir superado, auténticamente porteño. Se vuelve opinólogo profesional, si bien ha aprendido a aceptar su ignorancia. Eso lo hace sentirse estúpido, pero al fin y al cabo está feliz; que se pierdan en sabiduría todos esos tristes, él tiene algo que ellos no. De cualquier modo, evita discusiones acaloradas y a cualquiera que pueda concebir a la felicidad como degradación mental: eso no hace llorar pero molesta, che, como la espina en el dedo gordo o mojarse las zapatillas cuando llueve.
Como en esto no entra la idea de progreso no puedo hablar de una tercera etapa, pero sí se puede decir que llega un momento que al hombre exagerado lo satura tanta tranquilidad y se inventa un problema, como puede ser la falta de plata (es el preferido), la pareja o la falta de cds baratos en el supermercado. El resultado es variado: enfado pasajero y vuelta a la meseta, decaimiento notable con ojeras y enflaquecimiento incluido (posibilidad de volver a caer en el negativismo de la primera no-etapa), escepticismo total con falta de ideas. (“¿Qué ideas? La verdad, no vale la pena”)
El exagerado es un inconformista que se halla muy complacido de serlo. Le teme al fantasma de su propia conformidad: ni siquiera en la meseta se abandona, siempre con su pala con la que hacer pocitos. Generalmente busca lo que todos (¿qué buscan todos?), mas se descubre un día cómodamente sentado en su sillón con eso que supuestamente implicaba conformismo al lado, pero razones perfectamente valederas. Eso si no se dedicó a sabotearse toda la vida para “estar seguro” de no abandonar su estado de exagerado inconformismo, que es lo que le da seguridad (“ontológica”, siempre hay que agregar una linda palabra que entiendan pocos o se entienda mal para rellenar) y lo caracteriza (es lo que prefiere decirse), o si no se perdió en ese amasijo de dudas que sabía construir tan bien.
La mejor forma de reconocer a un espécimen de estos es por sus quejas floridas o su indiscriminado uso de palabras “populares” con pretensiones de “naturalidad”. Suelen vestir relativamente bien y preciarse de “capaces” más allá de cualquier duda: si creen haber fracasado, pueden apreciarse en sus discursos palabras de adoración por ese pasado perdido o, al contrario, un mutismo absoluto al respecto. Pueden tener algún tic, se codean con la ambigüedad y lamentan no ser más ingeniosos. Son capaces de las más duras autocríticas en sus períodos más cínicos, pero con lupa puede distinguirse una gran condescendencia.
Resultan inofensivos, a no ser cuando empiezan a hablar sobre ellos mismos. En ese caso es mejor alejarse, pues se ha reportado que “chupan la vida” y “generan un cansancio horrible”. Por lo demás, pueden servir de entretenimiento los días de lluvia y tortas fritas, cuando deciden hacer gala de su “cultura”, tenazmente adquirida en libros ingeridos apresuradamente y al escuchar diálogos ajenos.
Este sujeto tiene cura, pero no se la conoce muy bien. Como paliativo se recomienda una buena actuación que lo haga sentir valedero pero no exageradamente apreciado, un buen plato de comida y algo de afecto sumado a mucha paciencia (no dejará de repetir, en los momentos menos esperados, que usted algún día lo va a cagar) y alguna trastada ocasional para dejarlo contento. Un regalo por año entregado en fecha no-festiva lo dejará callado por una semana. Se recomienda no intentar comprender más de lo que dice claramente ni tratar de hacer que se sientan conformes.

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