10 Feliz San Valentín

Mi oficio es el de cobarde. Es de tiempo completo; tengo muy pocos ratos libres, le dije, mirando la ventana.
¿Y a qué viene eso?, me preguntó, con una mezcla de hastío, indiferencia y desprecio en la mirada que yo conocía tan bien. No le respondí, porque sabía que no le interesaba. Aquello que antes la había cautivado hoy le resultaba insoportable.
Yo tenía dos opciones, ninguna fácil. Podía convertirme de una vez por todas en eso que quería (aunque no sabía cómo, o por qué), o podía seguir perfeccionándome en mi oficio actual. De cualquier modo, ella ya no estaba ahí. Se había marchado en la primavera y sólo quedaba su cuerpo, esa cáscara que fumaba desnuda en la cama, mórbida, blanca y fría. Quise estirar el brazo y tocarla, quise provocar una reacción. Quise, quise. Quise tantas cosas. Me dormí en el humo de su cigarrillo y desperté dos días después, cuando Malena ya se había marchado. La extinguida chispa en su mirada al terminar de empacar sus cosas es un recuerdo brumoso. No sé qué día era, o qué tiempo hacía cuando cerró la puerta y me dejó, la taza de café fría en mi mano. La cama estaba helada, y las frazadas yacían en el suelo.
Ya no fue necesario decidirme por una de las dos opciones. La elección la había realizado hace rato.

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