14,30 Verano

En cualquier momento cae una gota del cielo y llueve sobre la gente que se amontona bajo el sol en la urbe sudorosa. Va a ser una gota gris como la ciudad de concreto y las nubes que ocultan el sol; una gota pesada, redonda y cálida que ¡plaf!, cae sobre la frente traspirada de un transeúnte que camina al café más cercano al trabajo. Él se seca con la mano, mira al cielo encapotado y apresura el paso, porque no le gusta la lluvia de verano. Segundos más tarde cae otra gota, esta vez sobre un parabrisas. Luego, dos; a continuación, decenas. La muchedumbre camina molesta, un chico despreocupado saca la lengua para probar el sabor grisáceo de las gotas, y alguien sonríe a pesar de sentirse pegajoso. La lluvia dura poco; el sol se encarga de borrar los rastros. Dos semanas, y la lluvia es recordada por pocos.

Si las plantas escribieran y, además, no fueran desagradecidas, todas las lluvias serían homenajeadas.

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