16 Los ojos de vaca del padre

Dejá que te bese esa cabecita transpirada tuya, y seguí llorando en mis brazos mientras la gente se agolpa en el tren y diagnostica la causa de tu llanto mirándonos mal.
Tiene hambre, necesita leche, me dicen unas nenas que venden figuritas mientras te golpeo la espalda, despacito, y tu llanto sube y baja como las olas del mar. Tus ojos son lindos cuando llorás; me reprochás algo que yo no puedo darte, como la gente que me mira con el dolor de cabeza de tu llanto que no acaba nunca.
Llorá, vos que podés, llorá por mí, por los dos, mientras acomodo tus cabellos mojados sobre la frente como el gran emperador que no vamos a ser. Llorá, llorá mientras el tren nos mece y nuestra voz sube y baja en los carriles, hasta que lleguemos a la estación y me levante y me tropiece camino a la puerta pero no caiga, vos todavía entre mis brazos, hipando resignado, tu voz ya demasiado débil entre la batahola y el mundo que huye en Once.

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