17 Grandes razones


Esa mañana guardó el tramontina en la cartera. Ese hijo de puta le había quitado todo desde el principio, pero no era por eso. Qué importaban ya esas cosas, la madre arrastrándose por él, Pedro, Pedro, los basureos, las cruzadas quijotescas que lo traían borracho a casa. Esos favores cedidos como a un perro, las clases de conducción llenas de insultos, los sarcasmos, el refregar la pobre manutención otorgada. No, no era por eso. Eso era lo de menos. Eran exageraciones de su parte, bilis acumulada a lo largo de los años. Bajaba las escaleras corriendo y los tacos amenazaban con romperse. No era eso. Taconeaba contra las baldosas y repetía: no era eso. No era por su hermana creciendo a la sombra de traumas que había aceptado por idiota. No, no era eso, lo repetía en su asiento y en la calle de tierra y en el pasto frente a la reja oxidada. No era eso, repetía Romina frente al timbre, con el tramontina en la cartera rosa golpeando el pantalón. No era porque mamá estaba vieja y sola y ya ni siquiera lloraba de noche, porque había perdido la alegría con ellas y con él, porque venía a abrir la puerta encorvada, con el mismo saco de siempre, ajado y desteñido. No era porque seguía pintarrajeada para gustarle aunque no valía la pena. No era porque le temblaba la mano al servir ese ridículo café quemado en la cafetera, ni porque él le decía que sabía mal, ni porque él le gritaba y luego le regalaba algo como gesto magnánimo. No, no era eso, no era eso. No era porque no la veía como hija. No era porque de vez en cuando aparecía ese tic que le suavizaba la mirada y le ponía los ojos horriblemente líquidos, como ahogados en alcohol. No era porque no podía sentir lástima, porque le obligaba alejarse de mamá y la hermana para no verlo a él, porque se había ido de casa demasiado pronto y no podía volver y mamá no la quería como antes, no la veía como antes y evitaba tocarla. Ni era porque el cuchillo pesaba en la cartera sobre la falda que ocultaba bajo la mesa y el café. No, se decía, mientras se levantaba de la silla sosteniendo su cartera y besaba a la hermana flacuchenta, y se abría la reja hacia la calle de tierra apenas mojada con la manguera. No era, entre el polvo de la calle hasta la parada, no era por eso sino por todo, por eso era, pero en el asiento y las baldosas y la escalera en serio no era por eso. No era, no podía con eso.

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