21 El último sitio

Se acumulan, invaden la casa a montones con sus patitas inquietas y sus cuerpos hinchados, se multiplican y llenan todo: trepan por las paredes, ocupan el baño, me persiguen a la cocina y se cuelan hasta en mis esporádicas comidas. Son horribles: blancas y ciegas, gigantes y silenciosas, dictadoras. Les temo, y no puedo detener su marcha sinuosa y traicionera. Su sola visión me causa repulsa; el movimiento de sus antenas me sumerge en el asco y me impide hacerles frente. De cualquier manera, enfrentarlas ahora sería inútil: ya es muy tarde. Tomaron la casa; yo permanezco en el último bastión, el rincón en el placard que no resistirá mucho más ante su avance. Las he visto trajinar cerca y ensuciar con su palidez la alfombra. Las siento asaltar la puerta de madera; escucho cómo intentan colarse. Conocen mi debilidad, y ya no queda más lugar a donde ir. Veo sus antenas asomarse en la oscuridad, siento su viscosidad fría, su albinismo cortante; mi cuerpo pugna por levantarse y huir, pero ya no hay dónde: está todo ocupado. En determinado momento, dentro de poco, tendré que levantarme, pero todavía el asco, la tensión es soportable. Por un momento, espero.

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